2007-05-14

"San Agustín, Pueblo Escultor"



En San Agustín, se desarrolló una civilización de escultores místicos y enigmáticos que utilizaron la piedra volcánica como materia de arte, y la mente y el silencio eterno para inmortalizar sus obras. Su testimonio pétreo (se sabe que vivieron esplendor y decadencia desde el año 800 A.C. hasta el siglo XVI cuando se inició la Conquista) está disperso en una amplia extensión del departamento del Huila, principalmente en el Parque Arqueológico de San Agustín. De ellos se sabe que eran artistas natos. Esculpieron estatuas hasta de cinco toneladas, con tamaños que oscilan entre 1,20 y 4,25 metros de altura, con una elaborada simbología hasta el momento difícil de dilucidar pero con evidente significado mítico-religioso.






En materia de su arte les llenaba el mundo, con abundantes temas que plasmaron en santuarios como el del Lavapatas, tallado en el lecho de una quebrada con figuras humanas y animales que, gracias a un ingenioso trabajo hidráulico parecen animarse al paso del agua por encima de su intrincada red de contornos, canales y receptáculos.


Su filosofía de la muerte los llevó a construir necrópolis, con alguna jerarquización relativa a dignidad, oficio y sexo, con estatuaria acompañante que porta en sus manos objetos relacionados con artes y oficios.
Muchas veces enterraban a sus muertos en el piso de la casa, y una vez realizado el entierro la abandonaban. Sin embargo, tenían una compleja parafernalia de asuntos mortuorios y se han encontrado tumbas desde simples enterramientos hasta elaborados conjuntos funerarios conformados por dólmenes, cámaras y sarcófagos tutelados por esculturas. La estética de las enormes figuras pétreas era bocetada y después procedían a desbastar las partes sobrantes con martillos, buriles y cinceles. Luego de decorarlas en colores amarillo, blanco, rojo y negro, las transportaban cuando no eran esculpidas in situ, con ayuda de troncos y sogas de fique.

Su arte se manifestó también en la alfarería, con diversas tonalidades de rojos, marrones y grises en arcilla. Fabricaron vasijas para ofrendas, copas, ollas, platos y los decoraron con granulado, acanalado, impresión digital, incisiones, corrugado y pintura negativa. Los agustinianos, que vivían en bohíos de techo de palma y paredes de bahareque, nos dejaron su sangre, esta herencia y, quiera Dios, un poco de su genio artístico.




¿Qué hacer en San Agustín? Remontarse al pasado. Esta región del sur de Colombia es la verdadera máquina del tiempo, se sabe al visitar sus parques arqueológicos y ser testigo de toda una cultura milenaria esculpida en una piedra; se siente al recorrer sus caminos, se respira en el aire mismo. Como lugar enigmático que es, San Agustín es también propicio para la reflexión, el encuentro con la Madre Naturaleza y con nuestros propios ancestros. Por ello ha surgido una nueva opción para que el visitante pueda adentrarse un poco más en la cosmovisión agustiniana y si se quiere, apropiarse y compartir la misma: el “turismo esotérico”.

Otros le llaman “turismo alternativo”. Paulo Andrade le dice sin más ni más “esoturismo”. Leo en la tarjeta que me entregó “Turismo esotérico, ecológico y etnográfico. Runas celtas, tarot osho zen, Calendario Maya, I Ching”. Él es chileno y llegó a San Agustín en abril de 2005. Como muchos extranjeros, se enamoró de estas tierras. Pero no es el único que presta este servicio para el turista. Varios pobladores y expertos invitan a recorridos mágicos en compañía de chamanes, jaguares y deidades en piedra.

No es cosa de charlatanes pero se recomienda precaución y asesorarse con distintas personas y entidades del pueblo. De ahí en adelante, se sugiere abrir los ojos, la mente y el espíritu. En estos territorios confluyen en forma positiva tantos elementos naturales con la huella contundente de un pasado lejano, que ser inmune a su energía es si no inaudito, cosa de necios. En días de Luna llena es excelente acercarse a los principales puntos. Entrar a los parques arqueológicos es imposible, porque cierran al atardecer. Pero el acceso es permitido en lugares como La Chaquira, con el monumental Valle del Magdalena como telón. Precioso. Es momento para la meditación y la reflexión; para respirar con abundancia su aire cargado de historia; para posar las manos sobre la piedra, para recibir el viento húmedo que baja del páramo. Para cerrar los ojos y escuchar historias de los lugareños. Para beber una totumada de guarapo y departir cerca del humo que despide la hoguera o cualquier otra cosa.

Un grupo de jóvenes universitarios arrimó a la Mesita B donde me encontraba tomando algunas fotos con lo que quedaba de la luz del día. Formaron un círculo, se descalzaron y tanto hombres como mujeres desnudaron sus torsos, para recibir un baño de Luna esplendorosa que subía por el occidente. Respiraron lentamente a la voz tranquilizadora de una mujer. Se transformaron en cóndores y sobrevolaron los valles y montañas, según alcancé a escuchar. Aunque no se inmutaban por mi presencia, me sentí incómodo. Así que me retiré en silencio con mi aburridísima cámara.

Es una experiencia mística que hay que vivir en San Agustín. Pero hay más. En la zona también hay cabida para el turista que busca aventura y sensaciones extremas, entrar en contacto con la naturaleza, participar de la lúdica y la cultura del Agustiniano del ahora y del común, de la rumba y las fiestas tradicionales.El ecoturismo y el turismo de aventura están en boga. Y la región no escapa al deseo de botar adrenalina del viajero de hoy. Algunos operadores turísticos ofrecen realizar rafting en el río Magdalena, torrentismo, rapel, senderismo y varias modalidades más.

Texto toado de http://www.colombia.com/turismo/sitio/sanagustin_1/
Fotografías de Paulo César González Sepúlveda, ¡hijo de esta hermosa Tierra!